El término economía no tuvo el mismo sentido a lo largo de toda la historia occidental. Lo que durante muchos siglos se ha entendido por economía, dista mucho del significado liberal del mismo término, que conocemos hoy.
La evolución histórica del término economía no ha sido lineal a lo largo del tiempo, sino que ha ido convirtiéndose en algo totalmente diferente a sí mismo, tanto que el concepto más nuevo no reconoce sus raíces en el viejo, sino en la negación de éste. Antes que Adam Smith brindara su famosísima teoría en La Riqueza de las Naciones (1776), la economía nada tenía que ver con las naciones. Ni con las riquezas. Ni siquiera con el mercado. Para reducir las confusiones, los estudiosos prefieren utilizar el término oeconomia, al referirse al significado antiguo, dejando el término economía libre de ambigüedades. La antigua oeconomia consistía en el gobierno de la casa y la administración de sus relaciones y bienes, difundida por varios siglos y a través de extensas latitudes, construyendo una sensibilidad occidental más o menos compartida hasta avanzado el siglo XVIII.
La llave de acceso a la comprensión de un universo cultural proyectado tanto en el ordenamiento social de la familia y sus dependientes como en el gobierno de la república, la brinda la figura del padre de familia. Tomando la casa de vecino como punto de partida, resulta igualmente fructífero el estudio sobre la servidumbre de la casa: allí encontramos a los indios, los negros, los pardos, los mestizos sin suerte y los españoles sin fortuna, hombres y mujeres que construyeron sus trazos de identidad en la pertenencia y en la obediencia al patrón, que era al mismo tiempo el padre. En este caso, proponemos acercarnos a esta mentalidad general, desde un punto de partida específicamente local, san Miguel de Tucumán, una pequeña ciudad en los Andes Meridionales, situada a mitad de camino entre Potosí y Buenos Aires, entre Paraguay y la capitanía de Chile, en el punto justo donde se juntan los caminos.
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